“La
televisión y la educación” es un libro que nos relata diversos aspectos de la
televisión y como ésta entra en contacto tanto con la educación como con la
sociedad en general. La televisión ocupa el lugar central de diseño en el
hogar; está siempre disponible, ofrece su compañía a todas las horas del día y
de la noche. Sin embargo, la televisión concentra las expectativas y temores de
las tribus modernas. El tótem televisivo genera una serie de exigencias y
prohibiciones. En muchas familias condiciona tanto la organización del tiempo
como la de espacio.
Con lo
referente al tema educativo, podemos decir que según un estudio del Consejo de
Europa, los jóvenes europeos pasan una media de 25 horas semanales ante la
televisión, es decir, le dedican un mes y medio cada año. Teniendo esto en
cuenta, nos damos cuenta de que la escuela se contradice en diversos puntos ya
que esta se preocupa casi exclusivamente por reproducir el saber quedando
desfasada a la hora de adaptarse a una sociedad tan cambiante como la nuestra.
Por esto sorprende que la institución escolar asista impasible al proceso de
penetración de la cultura audiovisual, sin ofrecer siquiera a las nuevas
generaciones pautas de interpretación y de análisis crítico.
En el
primer capítulo de este libro, “La televisión como prolongación de la persona”,
se analizan los diversos efectos que pueden llegar a tener la televisión sobre
la sociedad en general. El hombre contemporáneo es incapaz de vivir sin
estimulación sonora; necesita utilizar la música, o la televisión como fondo
sonoro para cualquier actividad. Investigaciones realizadas en Estados Unidos
revelan que el 85% de los adolescentes son incapaces de leer sin fondo musical,
sin estimulación sonora. A la televisión y a la radio lo único que se les pide
a veces es que llenen el vacío.
Uno de
los efectos más relevantes de la exposición sistemática de la televisión es la
modificación de las experiencias perceptivas. Pero esta modificación comporta
también una modificación de los procesos mentales. Los autores constataron que
el ritmo rápido facilita la captación y la retención de los espectadores.
Para
finalizar con este primer capítulo analizaremos los procesos de cognición, como
son el texto verbal y la imagen. La lectura y la televisión son actividades
culturales y recreativas compatibles. No obstante, obedecen a parámetros
comunicativos radicalmente distintos, y activan procesos mentales diversos. En
consecuencia, una excesiva exposición a una de ellas puede desarrollar unas
capacidades y unas actitudes que no son las más adecuadas para la práctica de
la otra. La lectura supone, pues, una actitud de concentración. Para los medios
electrónicos, en cambio, basta una actitud de apertura.
Con
referencia al capítulo 2, “La televisión como agente de consumo”, nos
encontramos con un análisis de la televisión como incitación del consumo. Algunos
teóricos no dudan en afirmar que lo específico televisivo, la esencia de la
televisión, lo que la define como medio, es la publicidad. Y ello por diversos motivos:
- Ante todo porque lo propio de la televisión es vender.
- También porque, como consecuencia, la televisión debe venderse constantemente a sí misma.
- Porque, para conseguir estos objetivos, todos los programas incorporan los parámetros expresivos propios del discurso publicitario.
- Porque la publicidad está presente en todos los programas, al principio, en medio y al final.
La
televisión incita el consumo porque es reflejo y soporte se una sociedad que
vive para el consumo. Las cadenas de televisiones, tanto públicas como privadas,
se sustentan gracias a la publicidad. Por esto una de las finalidades
primordiales de los programas es conseguir que los espectadores vean anuncios;
es decir, atraer y retener la atención de los espectadores hasta el momento de
la publicidad.
Por
último, con respecto al capítulo número 3, “La televisión como gratificación
sensorial, mental y psíquica”, podemos resumirlo de manera que la televisión es
espejo porque proyecta al espectador una imagen idealizada de sí mismo y del
mundo. Para ser comercialmente eficaz, la televisión ofrece al espectador lo
que este quiere ver y oír, tanto consciente como inconscientemente, hasta el
punto de que, de alguna manera, este no hace más que autoalimentarse
constantemente con su propia imagen.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS:
Ferrés. J. (1994): Televisión y
educación. Barcelona: Paidós.
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